martes, julio 25, 2006

he de volver a mis ancestros

he de volver a mis ancestros
a regocijar mi alma en sus duendes
con este hombre tan tierno que
mi caminó atravesó con su mirada

he de volar a la cumbre de montañas nevadas
para ser águila y proeza
de la luna enmascarada

he de renacer en pétalos al alba
inundar tus centros con el bálsamo
de mis madrugadas

y al hundirse el sol en ocasos
quedarán en las estrellas las huellas
de tus brazos rodeando mi cuerpo


Viviana Álvarez

sábado, julio 22, 2006

VIENTOS CRUZADOS




El viento de las brujas le llevó las ilusiones. Desprovisto de aquellas, anduvo por senderos espinosos. Dejó de lado sus creencias, que no eran muchas, pero lo sostenían. Al no tener expectativas y descreer del entorno, abandonó la búsqueda de duendes entre las hojas secas.
Una semana después de la pérdida, cedió en consignación las esperanzas. Y siguió respirando.
Desilusionado y desesperanzado trepó al edificio más alto. Un día lluvioso.
Descendió conjuros, elevó oraciones, nada. Allá arriba se sentía poderoso. Pegó en sus hombros alas de papel barrilete que siempre portaba en los bolsillos.
El primer intento fue estéril. Al segundo despegó unos milímetros. Al tercero, ah! Al tercero planeó evadiendo las gotas.
Se elevó tan alto que la ciudad toda parecía puntos suspensivos. Cuando amainó el aguacero, cuando el sol restituyó su poder en los cielos, el viento de las brujas le devolvió lo que se había llevado.
Justo cuando venia en picada.
Viviana Álvarez

sábado, julio 08, 2006

derramó la vida



derramó la vida
en copas vacías
caminó hacia el este
cuando el sol se ocultaba

desde su lucerna
vio pasar los años

cuando ya no quedaba vestigio
cuando era tarde
para todo pacto

para conjurar lo irreversible

derramó entonces la vida
(nuevamente)
en pos de quimeras a destiempo
y corrió tras el sol naciente
incinerando pecados
sombras y demonios
que comían de su entraña
resquemores baldíos.

Viviana Álvarez




viernes, julio 07, 2006

LEYENDA DE LOS ACANTILADOS









El mar irlandés muere con furia contra la roca indómita. La espuma se despedaza en mililitros de gotas aturdidas. La piedra parda parece tallada a mano, vaya uno a saber por qué antiguo dios caprichoso. Visto fríamente, no es más que roca, y esta leyenda no son más que palabras contadas por generaciones.
Pero dicen los irlandeses más viejos que los acantilados tienen vida propia.
Cuentan que eran muchos los que querían apoderarse de Eire, y, antes de siquiera poder desembarcar, desaparecían. Todos atribuían esto a algún antiguo conjuro. Cada vez que alguien pretendía ocupar la isla por la fuerza, los acantilados se agigantaban.
Hasta que una noche, cuando la invasión parecía inevitable, y todos estaban dispuestos a dar batalla, de entre medio de la roca, surgió un ejército de hadas y elfos que hicieron desaparecer la flota enemiga, y los estupefactos testigos sintieron un estremecimiento bajo sus plantas.
Los acantilados habían aumentado de tamaño.
Dicen por ahí, que desde hace ya mucho tiempo, nadie piensa en una invasión a Erín, porque son famosas las huestes que habitan sus rocas, tragándose al enemigo y deglutiéndolo en las duras entrañas.
Viviana Álvarez