Me
quedaré entonces con mi locura
consecuente. Por creer en duendes, algunos me llaman loca. ¡Ah!, efímeros
humanos, pragmáticos y terrenos. Por buscar la lógica, pierden la belleza de lo
que desconocen. Y se proclaman jueces de nosotros, los locos.
¿Quién
dibujó el límite que nos separa de ellos?
Carentes
de iniciativa, reniegan de la rebeldía y siguen arcaicos preceptos que evitan
su crecimiento.
Pobres
almas encerradas en pertrechos de carne humana, sin conocer siquiera el significado
de semejante término. Nadan en profundidades de permisos y preconceptos.
Temen
al alto vuelo que tenemos los locos.
Jauría
de carencias que llaman formalidad. Si llueve no se mojan porque amar la lluvia
resulta de anormal. Ni se abrazan muy seguido porque no es la norma social.
Tampoco
se aman como EL FLACO (¡qué locura decirle así al Señor que está en los
Cielos!) nos enseñó. En algún cruel recodo de sus vanos caminos olvidaron que
no es necesaria la iglesia si se Lo ama de verdad.
Parece
ser de locos, también reírse con sinceridad, carcajadas al viento, espontánea muestra de felicidad.
Mas
asimilé en esta senda, a elegir mis decisiones, aprender si me equivoco,
disfrutar si acierto el rumbo, llorar si tengo ganas, reír hasta que duela el
cuerpo.
De
elecciones hablo muy seguido, recuerden que estoy loca, y por este estado de
conciencia alterada, imagino paisajes, historias y algún que otro personaje,
que gracias a la locura que Dios me regaló, puedo plasmar en papel.
Hablar
siendo sincera también está mal visto, cultivar el niño interno es potente
signo de inmadurez. Si no soy pera ni manzana, ¿por qué he de madurar?
Mi
camino está trazado, he de ser loca para siempre, y si algún formal no me toma
seriamente, ¡desdichado ser! Ha de quedar anclado en este páramo de mediocridad
y sensatez.