martes, febrero 24, 2009

y sobrevivirá soledades...


y sobrevivirá soledades
mueca de vestigios infames

cuando el ave no reza letanías
cuando brazos silencian ruegos

entonces la brisa
entonces
la
bruma
y el ansia de levar anclas
para no
descaminar
la
misma
senda

jamás


©Viviana Álvarez

digamos que la noche...


Digamos que te dije
nubes, tijeras, barrilete, lápices,
y acaso alguna vez
te sonreíste.

Julio Cortazar


digamos que la noche desdibuja su manto
y no hay opresión en el centro del alma

digamos que te encontré a la vuelta de mi esquina
y allí estabas aguardando mi paso

digamos que dibujo elipses y soles
la vasta planicie de tu piel
la eternidad de tus manos
la firmeza de tu abrazo

digamos que no hay dagas ni espinas ni pesares
desde que en tus ojos encuentro mi reflejo


©Viviana Álvarez

miércoles, febrero 11, 2009

DE CUANDO LAS HADAS HACEN TRAMPA ( Una leyenda celta)


Sabido es que las hadas son traviesas y celosas. No es necesario redundar en explicaciones conocidas por los mortales que estuvieron en contacto con ellas.
Te pueden colmar de regalos o hacer pasar muy malos ratos si no cumples con sus caprichos.
Toparse con alguna de ellas, (depende la especie), puede convertirse en lo más maravilloso que te haya sucedido, claro si te permiten contarlo.

O si te dejan la memoria para siquiera recordar quién eres.

Esto le sucedió a Morgan Petbach, habitante de un poblado muy pequeño al sur de Galway, allá cuando los Antiguos recién comenzaban a poblar Erín. Y se hizo famoso, puesto que hasta una taberna lleva su nombre.

Dicen los más viejos habitantes que Morgan solía pasear por el bosque en busca de presas que le sirvieran de alimento. Hemos de aclarar en este punto, que nuestro amigo descendía de pretéritos cazadores de la isla, famosos por la certeza de sus flechas.

Noviaba con Beth, hija de un zapatero del mismo pueblo, hacía algunos años. Tenían pensado casarse y tener varios hijos. Pero, como los tiempos eran difíciles, el casamiento se alejaba cada vez más. Pero ambos jóvenes eran pacientes y estaban enamorados.

Así que, un año más o dos años menos, no les importaba.

En una de sus salidas, nuestro buen Morgan, se adentró más de lo acostumbrado en el bosque. Las presas que divisó aquella mañana de invierno, eran inusualmente gigantescas. Ciervos con astas jamás vistas en su vida de cazador, jabalíes que mejor no tenerlos a dos metros, hasta divisó ganado que supuso perdido del corral de su dueño.

Cuando emprendió el regreso con sus alforjas vacías, el paisaje había cambiado. La vegetación se había cerrado de tal manera que le era imposible divisar el cielo. Una fría llovizna comenzó a diezmar sus fuerzas. Destaquemos aquí que los que narran esta historia, dicen que había olvidado el hidromiel en casa de Beth, por lo que no podía calentarse.

Caminó y caminó y caminó, hasta llegar a una apacible morada en medio de un claro. Humilde, protegida por un robledal añoso. Ya sin fuerzas, atinó a llegar a la puerta y golpear.

Grande fue su sorpresa cuando cinco viejecitas se presentaron ante él. Cada una más dulce y atenta. Lo hicieron pasar y lo cobijaron frente a una enorme chimenea. Cuando logró espantar el frío que lo aguijoneaba, le ofrecieron té y budines de todo tipo. Morgan, entrado ya en confianza, comió hasta el hartazgo.

Repuestas sus fuerzas, se despidió de las viejecitas para regresar junto a su amada Beth y a su pueblo. Fue en ese instante, cuando notó que la casita había trocado en un palacio de hielo y que las viejitas habían mudado en cinco hadas del hielo.

Altas, de fina figura, con negros ojos que lo traspasaban y voces aterradoras. Intentó huir, correr por donde había entrado, pero el té que había bebido lo tenía paralizado.

Estas hadas son muy peligrosas, puesto que toman cualquier forma para engañar a humanos desprevenidos y cocinan brebajes muy potentes.

Nada podía hacer Morgan, estaba a merced de una de las especies más oscuras de hadas. Notó que su piel comenzaba a amoratarse, tal como la de las hadas, que su cabello trocaba en blanco, tal como el de las hadas. Todo comenzó a dar vueltas, todo comenzó a congelarse aún más frente a su nariz. Que también había cambiado de forma.

Desesperado, invocó en silencio al Gran Mago Celeste, el único que podía romper el hechizo de estas certeras hadas.

Su invocación fue oída a tiempo. El invierno se convirtió en un especial día de verano, con un sol que quemó toda la vegetación circundante y derritió el palacio y con él, a sus funestas moradoras.

Cuando todo quedó yermo a su alrededor, Morgan, ya sin el hechizo, pudo divisar el camino de regreso.

Caminó y caminó y caminó sin parar, hasta llegar a su casa. Ya en su morada, la llovizna volvió a arreciar, pero él estaba a salvo.

En su casa, lejos del bosque, sin recordar nada y pensando, inexplicablemente para él, en no cazar nunca más.

Por lo menos en aquel bosque.

©Viviana Álvarez

DEVANEOS SOBRE COSTUMBRES OCULTAS


Desperdiciaste tu vida en alas de nada. Transitaste cada experiencia con avidez de sierpe. Fuiste espino y magnolia, sed y agua, hambre y saciedad.
Supusiste inciertos los caminos andados, cuando el agua llegaba hasta los límites.

Fue cuando despertó la necesidad de experimentar.

A sabiendas de los cambios, intentaste ventanas, cerraste almas, abriste puertas, destejiste pasado para sembrar futuro. Asomaste tu curiosidad a insanas costumbres que más tarde tu mente rechazaría, diste un paso más allá de todo. De tu voluntad, de tus sueños, de cada poro que te asfixiaba.

Cuando pretendiste el regreso, el camino se había perdido entre malezas y desilusiones. Vano fue el intento en pos de un segundo que te trajera tu antes.

Antes de migrar en solitario, antes de ser alimaña arrinconada. Antes de ahora

Que arrecia el presente y sollozan las ánimas un salmo en tu honor.

©Viviana Álvarez

domingo, febrero 01, 2009

MINIFICCIÓN


Sabía que el sol no saldría. Espantado en su oscuridad, miró de soslayo la ventana.

©Viviana Álvarez

CAMINO INDELEBLE


Transité ciénagas hasta llegarte. Expandir en vos mis melancolías. Hasta ser verso que recorre libre la extensión amada de tu poema.


©Viviana Álvarez

AL VIEJO, IN MEMORIAN




Será que ahora miro las fotos del viejo y me veo en el espejo de sus rasgos. Nunca me dijo mi amor el viejo, ni me dio abrazos inolvidables, a su manera, parca y muda, él quería.
Nunca nos sentamos a tomar vino y gastar palabras, porque no dialogaba y los años le fueron endureciendo la mirada y un rictus mudó su risa.
Un día se murió el viejo y no pude despedirme, ni decirle (porque nunca gastamos palabras) que hoy me reflejo en las fotos que tengo guardadas.
Y sé que sabe, que a nuestra manera (un tanto desprolija) nos quisimos con el viejo.

©Viviana Álvarez