me desentiendo de la vida
ante el ruiseñor que no canta
©Viviana Álvarez
Porque la poesía es la vida misma, porque somos alma vagando en letras, porque cada gota de agua, al deslizarse, talla un poema. Por la vida, las letras, la poesía...
huís de la ausencia
en alas de gárgolas
que petrifican tu nombre
©Viviana Álvarez
PRIMERA PARTE:
EL COMIENZO
-Buenas noches- dijo con las gotas aún cayéndole por la frente.
Dublin era una ciudad pródiga.
Benjamin estaba en el balcón, observando la magnificencia de los acantilados. Sin darse la vuelta, su voz traspasó el aire:
- ¿cómo fue la noche, compañero?, veo que plena - dijo, girando y deteniéndose en las gotas que no paraban de fluir.
Era astuto y audaz. Rubio y con hermosos ojos rubí, que se tornaban esmeralda cuando se enfurecía o estaba demasiado ávido. Taylor, tan fuerte como su creador, poseía larga melena roja y ojos color arena.
Se había hecho vampiro por casualidad.
Una noche luego de una borrachera, se sometió a las promesas de Benjamin, quién se había enamorado de él a primera vista.
Toda una vida solitario, excepto por aquellos años compartidos con ella.
Ah! ¡Qué difícil olvidarla!.
¡Cada poro tiene su perfume, sus manos sólo reconocen su piel, sus ojos no distinguen a nadie más! ¡Qué feliz fue a su lado! Adoraba caminar de su brazo por las calles de Londres, admirado por el resto del mundo. ¡Qué hermosa pareja formaban!
La única felicidad que Taylor llegó a conocer, fue con ella.
Aún no se recupera de su pérdida.
En el momento que esa oscuridad estaba instalándose en su alma, cuando su abandono lo regresó a un estadío primitivo, Benjamin se le presentó.
Borrosamente recuerda que fue en una de esas nebulosas noches londinenses. Intransitables.
Caminaba ebrio por las callejas que conducían a la Torre Blanca, esquivando ratas y algún que otro gato negro, sin prestar atención a nada. Todo le daba igual. Antes que el padecimiento de su ausencia y el recuerdo de la partida a América en compañía de aquel inglés atildado y rico, que conoció durante la semana que él tuvo que viajar a Southsampton.
Cuando pasaba frente a London Tower, no prestó atención al graznido de los cuervos ni a la sombra que, recelosa, iba detrás de él. Detuvo la marcha para escrutar el edificio. Siempre sintió atracción por éste. Cada vez que pasaba por allí, le parecía oír los gritos de aquellos, que vieron el sol por última vez al trasponer la pesada puerta.
Se sentó en una de las piedras que daban al Támesis, de espaldas a la Torre, cuando de la nada surgió Benjamin y se sentó a su lado.
-¿Qué quieres, mi dinero o mi vida?- preguntó Taylor.
-Digamos que no necesito el primero y te ofrezco mejorar la segunda- respondió Benjamin haciendo un esfuerzo por desviar la vista de aquel cuello.
-A menos que seas brujo y celebres un potente conjuro, no creo que mi vida, si es que a esto lo puedo llamar así, pueda ser mejorada. – fue la amarga respuesta que ofreció Taylor, que hasta ese momento ni siquiera había levantado la vista.
-Puedo cambiarla y hacer que sea digna de ser vivida, rodeado de placeres y lujos, bellas criaturas que te harán olvidar las penurias que padeces. Te ofrezco un lugar donde vivir cómodo, criados a tu disposición y gloria. Haz de recorrer el ancho mundo sin que quede piedra que no haya conocido tus pasos. – ofreció Benjamin, cada vez más cerca de las tenues venas azules de su ahora azorado oyente.
Una desconsolada mueca que quiso simular una sonrisa fue la única respuesta que pudo esbozar Taylor, entre incrédulo y confundido. Luego de un pesado silencio, preguntó:
-¿Y cómo es que te propones cumplir tu ofrecimiento?-
Los ojos de Benjamin, que lentamente se iban trocando esmeralda, se fijaron en las oscuras aguas.
-No te ofrezco un conjuro, nada más lejos de un brujo que yo. Te ofrezco la inmortalidad sin pedirte nada a cambio.-
-Es atrayente – dijo Taylor entre incrédulo y sorprendido, - pero no me has dicho aún como podrás cumplir tantas promesas tentadoras. Ni la bondad ni la piedad existen, son inventos de algunos religiosos. Nadie sobre esta tierra hace algo por otro ser humano sin pedir una moneda de cambio- Recién en ese momento Taylor miró a su interlocutor. Percibió en él algo pretérito y desmedido en la fuerza de su alma.
¿De su alma?.
-Hablaste de bondad entre seres humanos- dijo por fin Benjamin. –En ningún momento la he nombrado. Mi nombre es Benjamin Mc Fellow, nací en 1326, un soleado día de agosto.-
-Has bebido mucho más que yo, hombre. Eso sucedió hace mas de doscientos años.- dijo todavía inocente Taylor Loughness.
-No he bebido, de hecho, detesto los bodegones que sueles frecuentar, y la fecha que dije es correcta. Soy vampiro. Dejé la mortalidad hace ya doscientos diez años, y realmente es algo que no extraño para nada. Era tan infeliz como tú, hasta que recibí la misma oferta que te hago esta noche, desde ese momento supe lo que era disfrutar a lo grande sin tener en cuenta que un día todo terminaría, ya no. Si decides aceptar, aunque un tanto doloroso al principio, disfrutarás de todo y más -
-¿Y si me niego?- preguntó intranquilo Taylor.
-Beberé tu sangre hasta dejarte sin una miserable gota en el cuerpo, total mañana, para cuando te encuentren, serás un borracho más flotando en el río- respondió Benjamin ya sin poder controlar su apetito.
-Es una burda amenaza, tu demencia no tiene límites.- fue la parca respuesta de Taylor que se estaba incorporando.
No había dado cinco pasos, cuando Benjamin saltó sobre él. En vano trató de luchar, su oponente era demasiado fuerte. Rodaron por la sucia calle y recién cuando las fuerzas de Taylor estaban al límite, Benjamin se incorporó.
Limpiándose la boca con su pañuelo de encaje lavanda , repitió la propuesta.
©Viviana Álvarez
SEGUNDA PARTE
UN POCO DE HISTORIA
Recién cuando dejó de sentirse como caballo desbocado, Taylor comprendió el giro que acababa de dar su vida. Sí, sentía el débil alivio de casi no acordarse de ella, y eso lo ayudó a sobrellevar su nueva condición.
El primer cambio vino de la mano de un viaje a Irlanda, su añorada tierra natal.
Tal como le había prometido Benjamim, la casona de piedras junto a los acantilados constaba de innumerables habitaciones, sirvientes, lujosos muebles y la mejor bodega del lugar. Todas las noches concurrían a excéntricas fiestas, cuando no las daban ellos en la mansión.
Lentamente, Taylor fue disfrutando de la inmortalidad. No quería adentrarse en profundos interrogantes sobre pasado y futuro, pero reconocía que la idea del “para siempre”, lo tenía fascinado. Mas allá de cambiar sus hábitos alimenticios, su vida prosiguió de noche.
Era una época de cambios en las islas. Desfilaba 1746, en Escocia se acababa de librar la sangrienta batalla de Culloden y la tierra pasó a poder de Inglaterra. En su país el derramamiento de vidas era insostenible y Benjamin se sintió muy afectado. Decidió entonces visitar su patria.
En algo más de doscientos años, era la primera vez que se separarían, pero su orgullo escocés en ese momento se imponía. Así las cosas, en octubre Taylor quedó en la mansión de Dublin, extrañando profundamente a Benjamin, quién fue imposible convencer de lo contrario.
Cuando arribó a Edimburgo, encontró un país devastado, ¡ni siquiera podían hablar gaélico!. Apenado y muy hambriento, alquiló una habitación en la primera posada que se cruzó. Luego de beber un no muy buen vino, salió para conocer la locura que envolvía a su país. Camino calle abajo, se topó con un joven que salía de una oscura taberna.
Los rojos bucles lo hechizaron y decidió iniciar una amable conversación, que por supuesto, varios vinos de por medio, acabó en un cuarto entre sábanas y suspiros estridentes. Cuando el apetito llegó a su clímax, Benjamin lo abrazó y ahondándolo salvajemente, posó la boca sobre aquel blanco cuello.
Luego de vestirse con la pulcritud característica, mientras el muchacho yacía en el piso, Benjamin partió colmado. Debió volver rápido a la posada, pues casi era de madrugada y necesitaba su ataúd.
La noche siguiente pudo resistirla sin alimentarse, así que se dedicó a recabar información y fue así como entró en contacto con miembros de la Golden Dawn y otras sociedades secretas que intentaban hacer algo.
Setenta y cinco años deambuló por las Highlands, cambiando muchísimas veces el lugar de residencia. Setenta y cinco años durante los cuáles participó en movimientos independentistas, dejando varios romances truncos debido a su excesivo apetito.
En Irlanda las cosas no iban bien. Le costó mucho a Taylor la ausencia de su compañero, nadie lo entendía ni hacía el amor tan bien como él.
Pasó largos días encerrado en su ataúd, solo salía para alimentarse y volver a la casa. El primer año, tuvo la penosa sensación que sintió cuando ella lo abandonó. Suspendió las fiestas y se convirtió en un ermitaño. Sólo se alegraba con las cartas de Escocia.
Cuando tomó la decisión de esperar que su amado regresara, volvieron en él las ganas de diversión y lujuria. Reanudó su participación en sociedad, alegrando a los jóvenes. Lentamente volvieron a desfilar por su cama los más hermosos muchachos y muchachas de distintos condados. Pero Taylor no buscaba enamorase.
Eran años durísimos para la isla, las luchas por liberarse de los británicos se agudizaban a diario, hasta se vió envuelto en algún que otro choque con las tropas enemigas. Hervía en él el mismo fervor patriótico por su tierra que el de Benjamin. Cargó varios ingleses a su cuenta.
Pero no era feliz. Sufría una encarnizada controversia interna.
©Viviana Álvarez
TERCERA PARTE :
FINAL SIN FIN
Su amor por Bejamin, ¿era más fuerte que su patriotismo?
Así pasaba los días debatiéndose entre interrogantes, que lo aprisionaban en estentóreos ataques de ira, o de llanto. No podía ser ajeno al sufrimiento de su tierra, tampoco evadirse de su condición de vampiro. Ni del amor o la fidelidad hacia su creador.
Una calurosa noche de 1930, Benjamin retornó.
- ¿Cómo estás mi querido Taylor Laughness? – sonó la atronadora voz.
Incrédulo, no quiso darse vuelta.
-¿Acaso no has de darme la bienvenida al hogar?- susurró Benjamin.
- Temo que sólo sea una ilusión.- contestó Taylor con brillantes lágrimas carmesí fluyendo.
-Por supuesto que soy el mismo Benjamin Mc. Fellow que partió hace años. El mismo que no pudo estar un día sin pensarte o extrañarte, el mismo que vuelve a ti para ser feliz. Tal como lo prometí siglos y siglos atrás.- fue la delicada respuesta.
Se abrazaron largamente mientras contaban por lo bajo sus sensaciones de soledad. El amanecer enrojeció el cielo, y era esa una escena vedada a aquellos seres.
Aquella noche todo era alegría. Sentimiento que percibían y les dejaba esbozar alguna sonrisa.
Yacieron en sus ataúdes hasta la noche, soñando con tantos años de penas, de luchas y la sensación que aún quedaban cosas por terminar.
En 1931, recorrieron el mundo.
Compraron propiedades en cada país que visitaron.
Esto era todo un problema, debían cambiar los nombres, nacionalidades y edades. Reciclaron las casonas que ya tenían desperdigadas con el paso de los siglos, adecuándolas a las épocas que corrían.
Las luchas en las que participaron antaño, dejaron huellas. Avanzaba el modernismo y lograron adaptarse. No sólo en las vestimentas, también en sus hábitos. Aceptan otros alimentos y, para su sorpresa, poco a poco, resistieron el sol.
Allá por los sesenta, hubo un par de separaciones más. Benjamin se instaló en Estados Unidos de América, Taylor en Inglaterra. Sus actuaciones políticas fueron más notorias.
Descubrieron que un par de vampiros podían hacer mucho. Algunas cosas que para los mortales eran problemáticas, para ellos no.
En 1975 cruzaron sus caminos. Ya no existía amor. Sí un profundo respeto y cariño. La vida los había llevado a contraer distintos compromisos en los países de residencia.
En los noventa sobrevino la separación que aparentaba ser definitiva.
Los recovecos del destino, que también rige a los vampiros, los asoció de una manera impensada en 2003. Cada uno, se reencontró entre primeras planas, bombas y críticas mundiales, en Irak.
Sabía que el sol no saldría. Espantado en su oscuridad, miró de soslayo la ventana.
©Viviana Álvarez
desde noches pobladas de espanto
viene tu voz
acallando ecos
y cantan las aves
mudo salmo
a tu silencio
©Viviana Álvarez
acuna tu mirada ancestrales
silencios y ritos en palabras
se desliza intensa desde abismos
hacia cumbres
donde vuelan alondras
y se aleja la noche
hambrienta de lunas
©Viviana Álvarez
desde andenes sin trenes
y vientos que no esperan
allana la locura
mis reconditudes
©Viviana Álvarez
arrebato de mis manos
la locura
incierta fugacidad
de adagios sobre
el sino que acompasa
esperas
©Viviana Álvarez
dejo mis penas
en el regazo de tus sueños
mis ilusiones
a la vera de tu mirada
me quedo el tiempo detenido
caricia inconclusa
y el vasto eclipse
de una madrugada
©Viviana Álvarez
Copulamos palabras
nos apareamos entre paréntesis
y puntos suspensivos
hasta parir un poema
orgásmico
entre sustantivos,
comillas
y la obscena lascivia
del párrafo
inconcluso
©Viviana Álvarez
arrullé aquellas hojas
secas de tu alma
que acunaban otoños
donde vagaba tu triste
mirada
de ayeres inconclusos.
©Viviana Álvarez
Mis orígenes se pierden en los albures de la dicotomía. Olvidados recuerdos, progenie de niñez abstracta, cuando cada día enfrentaba dictámenes y vicios de valor, sin ser escuchada mi voz de rebeldía.
Mis años primeros existen en nebulosas de sueños. Muchos ven hoy la luz de la realización, puesto que mis pies dejaron el anclaje del no por el no; puesto que relegué en bolsas de apatía muchas piedras de la senda antaña.
Siento no tener raíces, nada que me aferre a antepasados, excepto algunas enseñanzas que quedaron en mi frente a fuego y las levanto, como Arturo alguna vez izó su estandarte de dragones.
Por más que hurgue en pliegues de mi alma, no hallo razón para mimetizarme con quienes fueron mi origen. Ni los idos ni los que quedan. Los unos fantasmas, la otra mueca de lo que no supo ser. Y aún así, destila irrealización en cada palabra hacia mí vertida.
Tan sólo y a mi pesar, me resta indiferencia.
©Viviana Álvarez
de tanto esquivar soledad
ya no hay nada que me espante
Ricardo Iorio, Almafuerte
de tanto transitar ciénagas
esteros y vados
de tanto andar entre
espinas
conserva mi alma
oquedades pasadas
cuando era solaz el aura
que colmaba oscuridad
©Viviana Álvarez
amo la osadía del instante
tus manos ungiendo
mi piel
amo los bordes
de tu cuerpo
el grito
sudor
el acto
humedad
mientras bebo de tu sangre
veneno
©Viviana Álvarez
(Vista de la Ciudad Sagrada de los Quilmes, tomada desde
El Fuerte.)
Ignorante de ancestros que no me pertenecen. A sabiendas del abandono y genocidio en pos de sumirlos en olvido, llego a este silencio antiguo.
Miradores, apachetas, morteros y viento. Restos de memoria en altas cumbres, resistiendo al predador de cruz y espada.
Ruge historia cada piedra, cada pirca rememora la vida cegada por sanguinarios ladrones de tierras y oro.
Remueve mi espanto, revivo su respiro, entonces, soy Tierra, Viento y Quilmes.
©Viviana Álvarez
Un homenaje a los 2000 indios Quilmes que, luego de reducidos por los “conquistadores”, fueron llevados a pie desde su tierra, Tucumán, hasta la actual localidad de Quilmes, Provincia de Buenos Aires.
Tan sólo sobrevivieron 400.
A Nicolás, nuestro guía en la Ciudad Sagrada de los Quilmes, un ángel descendiente de estos guerreros.
Quizá porque esta luna llena despierta mis ansias más oscuras. Y emerge, fugitiva, la ancestral conciencia de antiguos karmas.
Cuando vagaba mi sed de ser en ser, cuando era ritual el amor postergado. Vienen ahora fantasmas cercanos, con voces inalámbricas, en vano intento de poseer lo inexistente.
Pretenden con susurros desvanecer mis recuerdos, milenios de sombras en oscura fugacidad. Etéreas estirpes ignorantes de eternidad.
Quizá porque esta luna llena clavó su mirada en mí, absuelvo cruces y mortales, redimo culpas y retorno a morir, cada noche, de soledad.
©Viviana Álvarez
arropé distancia en voces
transité sendas que no sabían de atajos
desvanecí insomnios en ventanas
cancelé postigos para que no vuele el alma
cuando fue baldía la historia
y no había ángeles
lloré penas
exorcicé quimeras
intenté ser bruma
©Viviana Álvarez
apeó su alma
en los vórtices de la vida
fue simiente
en vientos
a destajo
derrapó vientres
en vanas aficiones
cuando el llamado
llegó a su encuentro
para ser raíz y nube
lujuria y nada
©Viviana Álvarez
descreo voces
que llegan a nombrarme
descreo ansias
que avasallan sentidos
creo en la finitud
del cielo
cuando evoca
martirios
©Viviana Álvarez
De tanto andar andando, descubrió caminos. Supo de noches despojadas y días húmedos. Sació su estómago en hembras al paso. Cuando alcanzó un orgásmico hartazgo, estrechó vínculos con la soledad. Complació imágenes, vivenció paisajes, copuló a oscuras. Cerró puertas, extendió sus manos a obscenidades que pugnaban por traspasarlo.
Vista la cúpula del mundo, sumió sus pertrechos en olvido a la vera de algún camino.
©Viviana Álvarez
si pudiera condensar
átomos en planicies
cerradas
si fuera cascada y no
fuente que desgaja
piedras en
estrecho cauce
si fuera mirlo
para musitar pesares
a una luna esquiva
si tan sólo pudiera
ser roble y no sauce
dejaría de ser
dicotomía
©Viviana Álvarez
Asumiste dudas que colmaban tu alma. Supiste del acaso finales impensados. Cuando vino a tu encuentro el espectro en pos de tu nombre.
©Viviana Álvarez
cuál de todas mis voces
ha de cancelar postigos
quién de las muchas que soy
ha de proferir el grito
que derrumbe hastío
si apenas puedo ser murmullo
entre arenas
y no encuentro la llave
que aleja destierro
©Viviana Álvarez
I
ella, que nada sabe
de complicidades
escribe con sangre
las letras de su nombre
que no recuerda
II
desdibuja llanos
en noches de ansiedad
ella, la desnombrada
recuerda páramos
cuando arrecia la bruma
III
intenta salvarse
de años perdidos
busca en su vaciedad
un instante
que recuerde su latido
IV
transita esteros
de penas
asume fulgores
de astros refugiados
ella, la desnombrada
es ave de presa
sin presa en sus garras
V
pretende espejos
de escenas idas
se busca
se nombra
y de noche
no se halla
©Viviana Álvarez