Sabido es por todos que los ángeles custodiaban los acantilados, cada noche. Vigilaban el mar para proteger a Erín de los enemigos. Sus linternas mágicas parecían luciérnagas en la noche y confundían a los que osaban siquiera pensar en invadirla.
Es por esto que el cielo irlandés es el más diáfano, sus estrellas más grandes, las noches más claras y el mar es el más bravo y fuerte.
Cuentan los bardos que las arpas de estos vigías estaban encantadas y que al hacerlas sonar regresaban a Eire todos los que alguna vez partieron y estaban diseminados por el mundo añorando su tierra, que es mágica. Cantan en sus poemas que las arpas siguen entonando la dulce melodía y no cesará hasta que regrese a la isla hasta el último de sus hijos.
Es tan tarde, de madrugada, y no dejé de oír durante mi descanso una tibia canción que aún fluye en mis sentidos y en mi alma.
Niniane (Viviana Álvarez)