
Tomar de golpe la esquina más cercana y no dar vuelta. Enfrentar la senda, a sabiendas que no hay retorno. Que atrás quedaron temores y venganzas. Sueños extraviados y anhelos incumplidos.
Seguir desprovisto, sin tomar atajos, hasta el borde.
Reverenciar aquella naturaleza íntima que no puede soslayarse y es combustible a la maquinaria vital que mantiene la lumbre contra tempestades y solsticios. Aquella, que atempera dilaciones y escarnios en la brutal sinuosidad de inconclusiones.
Ser Fénix, Casandra o Perséfone para renacer en viento y aniquilar espanto.
©Viviana Álvarez