PRIMERA PARTE:
EL COMIENZO
-Buenas noches- dijo con las gotas aún cayéndole por la frente.
Dublin era una ciudad pródiga.
Benjamin estaba en el balcón, observando la magnificencia de los acantilados. Sin darse la vuelta, su voz traspasó el aire:
- ¿cómo fue la noche, compañero?, veo que plena - dijo, girando y deteniéndose en las gotas que no paraban de fluir.
Era astuto y audaz. Rubio y con hermosos ojos rubí, que se tornaban esmeralda cuando se enfurecía o estaba demasiado ávido. Taylor, tan fuerte como su creador, poseía larga melena roja y ojos color arena.
Se había hecho vampiro por casualidad.
Una noche luego de una borrachera, se sometió a las promesas de Benjamin, quién se había enamorado de él a primera vista.
Toda una vida solitario, excepto por aquellos años compartidos con ella.
Ah! ¡Qué difícil olvidarla!.
¡Cada poro tiene su perfume, sus manos sólo reconocen su piel, sus ojos no distinguen a nadie más! ¡Qué feliz fue a su lado! Adoraba caminar de su brazo por las calles de Londres, admirado por el resto del mundo. ¡Qué hermosa pareja formaban!
La única felicidad que Taylor llegó a conocer, fue con ella.
Aún no se recupera de su pérdida.
En el momento que esa oscuridad estaba instalándose en su alma, cuando su abandono lo regresó a un estadío primitivo, Benjamin se le presentó.
Borrosamente recuerda que fue en una de esas nebulosas noches londinenses. Intransitables.
Caminaba ebrio por las callejas que conducían a la Torre Blanca, esquivando ratas y algún que otro gato negro, sin prestar atención a nada. Todo le daba igual. Antes que el padecimiento de su ausencia y el recuerdo de la partida a América en compañía de aquel inglés atildado y rico, que conoció durante la semana que él tuvo que viajar a Southsampton.
Cuando pasaba frente a London Tower, no prestó atención al graznido de los cuervos ni a la sombra que, recelosa, iba detrás de él. Detuvo la marcha para escrutar el edificio. Siempre sintió atracción por éste. Cada vez que pasaba por allí, le parecía oír los gritos de aquellos, que vieron el sol por última vez al trasponer la pesada puerta.
Se sentó en una de las piedras que daban al Támesis, de espaldas a la Torre, cuando de la nada surgió Benjamin y se sentó a su lado.
-¿Qué quieres, mi dinero o mi vida?- preguntó Taylor.
-Digamos que no necesito el primero y te ofrezco mejorar la segunda- respondió Benjamin haciendo un esfuerzo por desviar la vista de aquel cuello.
-A menos que seas brujo y celebres un potente conjuro, no creo que mi vida, si es que a esto lo puedo llamar así, pueda ser mejorada. – fue la amarga respuesta que ofreció Taylor, que hasta ese momento ni siquiera había levantado la vista.
-Puedo cambiarla y hacer que sea digna de ser vivida, rodeado de placeres y lujos, bellas criaturas que te harán olvidar las penurias que padeces. Te ofrezco un lugar donde vivir cómodo, criados a tu disposición y gloria. Haz de recorrer el ancho mundo sin que quede piedra que no haya conocido tus pasos. – ofreció Benjamin, cada vez más cerca de las tenues venas azules de su ahora azorado oyente.
Una desconsolada mueca que quiso simular una sonrisa fue la única respuesta que pudo esbozar Taylor, entre incrédulo y confundido. Luego de un pesado silencio, preguntó:
-¿Y cómo es que te propones cumplir tu ofrecimiento?-
Los ojos de Benjamin, que lentamente se iban trocando esmeralda, se fijaron en las oscuras aguas.
-No te ofrezco un conjuro, nada más lejos de un brujo que yo. Te ofrezco la inmortalidad sin pedirte nada a cambio.-
-Es atrayente – dijo Taylor entre incrédulo y sorprendido, - pero no me has dicho aún como podrás cumplir tantas promesas tentadoras. Ni la bondad ni la piedad existen, son inventos de algunos religiosos. Nadie sobre esta tierra hace algo por otro ser humano sin pedir una moneda de cambio- Recién en ese momento Taylor miró a su interlocutor. Percibió en él algo pretérito y desmedido en la fuerza de su alma.
¿De su alma?.
-Hablaste de bondad entre seres humanos- dijo por fin Benjamin. –En ningún momento la he nombrado. Mi nombre es Benjamin Mc Fellow, nací en 1326, un soleado día de agosto.-
-Has bebido mucho más que yo, hombre. Eso sucedió hace mas de doscientos años.- dijo todavía inocente Taylor Loughness.
-No he bebido, de hecho, detesto los bodegones que sueles frecuentar, y la fecha que dije es correcta. Soy vampiro. Dejé la mortalidad hace ya doscientos diez años, y realmente es algo que no extraño para nada. Era tan infeliz como tú, hasta que recibí la misma oferta que te hago esta noche, desde ese momento supe lo que era disfrutar a lo grande sin tener en cuenta que un día todo terminaría, ya no. Si decides aceptar, aunque un tanto doloroso al principio, disfrutarás de todo y más -
-¿Y si me niego?- preguntó intranquilo Taylor.
-Beberé tu sangre hasta dejarte sin una miserable gota en el cuerpo, total mañana, para cuando te encuentren, serás un borracho más flotando en el río- respondió Benjamin ya sin poder controlar su apetito.
-Es una burda amenaza, tu demencia no tiene límites.- fue la parca respuesta de Taylor que se estaba incorporando.
No había dado cinco pasos, cuando Benjamin saltó sobre él. En vano trató de luchar, su oponente era demasiado fuerte. Rodaron por la sucia calle y recién cuando las fuerzas de Taylor estaban al límite, Benjamin se incorporó.
Limpiándose la boca con su pañuelo de encaje lavanda , repitió la propuesta.
©Viviana Álvarez
1 comentario:
Viviana Felices fiestas a ti y a los tuyos, gus.
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